¿Quién no ha dado por perdido alguna vez un calcetín y lo ha descubierto, días después, entre las mismas sábanas donde insistentemente lo había buscado, como si hubiera permanecido allí todo el tiempo?
Es esa capacidad sorpresiva la que, sin duda alguna, explica el abrumador éxito de internet.
Se pueden pasar horas, incluso días, navegando por la web para encontrar información sobre las mil y una maneras de consumir que tiene la juventud, y no encontrar más que divagaciones subjetivas e inservibles.
Al día siguiente, abres el correo y un amigo te sorprende con esto:
El estudio muestra que una gran cantidad de esos jóvenes usa tarjeta de crédito (el 82%), tiene una póliza para el auto (el 62%) y un seguro de vida colectivo otorgado como beneficio por sus empleadores (el 61%). Muchos de ellos no tienen ahorros o productos financieros para el momento de su jubilación. Muy pocos poseen acciones y bonos (el 7%), seguro de retiro (el 6%) o fondos de inversión (el 6 por ciento).
Sólo cuando tienen su primer hijo, los entrevistados experimentan un significativo cambio en su percepción de los riesgos financieros futuros.
Tal vez no sea cuestión de irresponsabilidad juvenil o de un excesivo consumo social mal repartido, sino de un retroceso genérico en nuestro modo de concebir la vida. Carpe Diem, tópico literario de más de 3000 años de antigüedad, es ahora el término de moda entre las comunidades laicas.
En cualquier caso, jóvenes y menos jóvenes, este el momento preciso para ajustarse el cinturón. Agárrense, que vienen curvas.
Nosotras, seguimos ahorrando. María Fraile Pérez.
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