Si hay algo que las mujeres debemos tener claro es que tenemos entre nuestras manos una gran responsabilidad. La razón es fácil de determinar: no tenemos demasiada experiencia en ser entes de peso histórico. No es mi objetivo desprestigiarnos, solo afirmar algo que las que se las dan de "feministas" negarán eternamente. Pero esa es la realidad. De hecho, a la hora de investigar sobre la mujer en tiempos como la Edad Media, es notable apreciar que todo lo que se puede averiguar sobre ella deriva de los escritos sobre el sexo opuesto. Triste, porque es de cultura general que se trata de una versión desmejorada de nosotras con una voz ligeramente más grave.
Somos, claramente, más racionales y sentimentales (binomio que puede parecer opuesto, pero que en nuestro ser da lugar a maravillosas peleas de pareja), pero no ejercemos ninguna de esas dos cualidades en cuanto escuchamos la palabra "compras". En ese momento nuestra actitud puede ser definida como estúpida. Las tendencias, la tarjeta de crédito de nuestro chico (la nuestra en su defecto, que es, por excelencia, el aburrimiento), la presión social... se apilan en nuestra mente olvidando, por un momento, todo tipo de feminismo sentimentalista: nos convertimos en unas fanáticas del mundialmente conocido "chica, estás ideal". No cabe la reflexión sobre nuestros orígenes, ni nuestro destino.
Hemos de ser más conscientes de que mujeres lucharon por que las opciones de futuro de las mujeres no fueran solamente, según "arteguias", "la mujer noble, la campesina y la monja", diferenciadas por su bolsillo, pero todas carentes de derechos básicos. La mayoría era el centro neurálgico de su casa, y controlaba la economía familiar con cabeza. Sin embargo, suplida la necesidad de reconocimiento político y social, nos olvidamos de la sensatez, y gastamos a lo loco, en un intento forzado de ostentar lo poco que tenemos, y de frivolizar todo el esfuerzo de nuestras antecesoras.
Cambiemos esta tendencia irrespetuosa. Alcemos la voz, y digamos que NOSOTRAS TAMBIÉN AHORRAMOS.
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